CELAC 2025: una cumbre entre propuestas y desafíos
Por: Pablo Cabrejo
Santa Marta se convirtió esta semana en el epicentro político del continente. Bajo un sol caribeño y con un despliegue de seguridad sin precedentes, los líderes de América Latina, el Caribe y la Unión Europea se dieron cita para la IV Cumbre CELAC-UE, un encuentro marcado por la búsqueda de consensos en un contexto global convulso.
Más allá de los discursos diplomáticos y las tradicionales fotos de familia, la reunión dejó una sensación de avance moderado: un acuerdo común sobre los grandes principios —el multilateralismo, la cooperación económica y la lucha contra el crimen organizado—, pero también evidenció fisuras políticas y persistentes asimetrías dentro del bloque latinoamericano.
La declaración final, firmada por la mayoría de los países asistentes, reafirma el compromiso con un orden internacional basado en normas y en la Carta de las Naciones Unidas. Los líderes destacaron la importancia del respeto a la soberanía, la integridad territorial y la solución pacífica de los conflictos, en un momento en que las tensiones geopolíticas atraviesan tanto a Europa como a América Latina.
“Defender el multilateralismo no es una consigna, es una necesidad para sobrevivir en un mundo que se fragmenta”, afirmó el presidente de Colombia, anfitrión del evento, durante la clausura.

Economía verde y transición digital
Uno de los puntos centrales fue la cooperación económica y tecnológica. La cumbre estableció una hoja de ruta para promover la transición energética, el impulso a las energías renovables y el desarrollo de cadenas de valor más justas entre los dos continentes.
También se habló de una alianza digital birregional, orientada a reducir la brecha tecnológica y fomentar la innovación. La Unión Europea se comprometió a fortalecer su inversión en proyectos sostenibles, mientras que los países latinoamericanos exigieron condiciones más equitativas y una menor dependencia de las materias primas.
Otro eje crucial del encuentro fue la seguridad. Los mandatarios coincidieron en que el crimen transnacional, el narcotráfico y la migración irregular son desafíos compartidos que requieren estrategias conjuntas.
Si bien se destacó la necesidad de cooperación técnica y judicial, también se insistió en que las políticas migratorias deben guiarse por el respeto a los derechos humanos y la atención a las causas estructurales de la movilidad: la desigualdad, la violencia y el cambio climático.
Como suele ocurrir en estos foros, no todo fue consenso. Algunos países —entre ellos Venezuela y Argentina— manifestaron reservas o se apartaron de ciertos puntos del texto final, sobre todo en materia de política exterior y seguridad. La ausencia de varios jefes de Estado europeos también fue interpretada como una señal de prioridades divergentes. Aun así, la cumbre logró mantener un tono constructivo y evitar rupturas visibles.
Para Colombia, organizar la cumbre fue tanto un reto logístico como una oportunidad política. El Gobierno buscó proyectarse como puente entre América Latina y Europa, y reposicionar al país como actor clave en la diplomacia regional. El evento dejó además un mensaje simbólico: América Latina quiere ser escuchada no solo como un espacio de recursos naturales, sino como un socio estratégico en los grandes debates globales.

Más allá de los discursos
La cumbre cerró con un optimismo moderado. Los compromisos firmados suenan ambiciosos: más cooperación verde, más integración digital y más seguridad compartida. Sin embargo, la historia de la CELAC demuestra que el verdadero examen no está en las declaraciones, sino en su cumplimiento.
Las próximas reuniones servirán para medir si este impulso político se traduce en proyectos tangibles o si, una vez más, la región se queda en la retórica del “nuevo comienzo”. Por ahora, Santa Marta queda en la memoria como un intento serio de tender puentes entre dos mundos que se necesitan, pero que aún buscan entenderse.
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